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El Derecho Administrativo, los funcionarios públicos y el amor.

Redacción YG Abogados

Leemos en ABA JOURNAL, en un post firmado por Debra Cassens Weis [1], que la FDA (Food and Drug Administration) ha advertido al CEO de una empresa de panadería que “amor” no es un ingrediente del producto. En concreto la carta que remitió a la empresa el 22 de septiembre decía que:

‘Love’ is not common or usual name of an ingredient, and is considered to be intervening material because it is not part of the common or usual name of the ingredient”

El CEO de la empresa, John Gates, declaró en una entrevista en la New England Public Radio que “And I say that being one myself. Love actually ends up being a really important part of what we do”.

Para justificarse, la FDA ha manifestado que la carta trataba más asuntos, y la compañía ha respondido que acatará todos los requerimientos menos ese.

En una de sus más famosas frases, el Dr. McCoy, de Star Trek (Misión salvar a la tierra), decía que “la mentalidad burocrática es la única constante del universo”. Según parece el entusiasmo del funcionario en el cumplimiento de su función le llevó, cegado de celo, a requerir el cumplimiento de la normativa sanitaria, y, mediante una análisis sistemático, fue examinando qué ingredientes de las granolas eran aceptables por la FDA, y, al no encontrar entre ellos el “amor”, requirió su exclusión de la etiqueta.

Quizá la primera pregunta que debemos hacernos es ¿Es el funcionario de la FDA idiota? Es una explicación plausible. Pero quizá sea más probable que alguien que no sabe qué es lo que significa estar orgulloso del trabajo bien hecho, qué es lo que significa crear un producto, hacer feliz a la gente, dar puestos de trabajo, y generar riqueza; no sepa que sin amor nada de eso es posible.

En su libro “Inside Bureaucracy”  (1967), Anthony Downs, hace un profundo análisis de los motivos e incentivos que generan el mal funcionamiento de la burocracia, y, en mi opinión, uno de los más graves es el hecho de que las administraciones burocráticas van generando normas para ampliar su campo de actuación, poder e influencia, sin darse cuenta (o si lo hacen, ello no les disuade), que con ello dificultan el funcionamiento de la economía.

A ello ha de añadirse que los funcionarios terminan creyéndose que el celo en el desempeño de su trabajo es esencial para el funcionamiento de la sociedad, etc., y terminan siendo una especie de jacobinos del cumplimiento de las normas.

Todos conocemos algún ejemplo del daño que el celo de la Administración hace, de hecho los que nos dedicamos al Derecho administrativo, nos ganamos la vida, en buena parte, gracias a ello.

Sin embargo, ese celo ciego en el cumplimiento de las normas no deja de ser una enfermedad que debería ser erradicada. Requerir a una empresa que quite el “amor” de sus ingredientes es tanto cuanto, pedirle que sus empleados dejen de ser personas orgullosas de su trabajo, que se conviertan en máquinas que hacen un “producto” de un 35 % de harina, un 20 % de …, en lugar de una galleta que hace feliz a la gente.

Quizá nadie les contó la historia del extranjero que llegó a Paris cuando se construía Notre Dame, y al ver el ajetreo, queriendo informarse, le preguntó a un trabajador qué hacía, a lo que este le contestó “No lo ve, coloco piedras, bajo este sol abrasador”. No satisfecho con la respuesta, le preguntó a un segundo que parecía un poco más importante en la obra, que le contestó “No lo ve, construyo un muro de piedra, y no veo el día en que se acabe”. Finalmente, le preguntó a un trabajador que parecía feliz haciendo su tarea y le contestó “¡Construyo una catedral!”. Es evidente que los funcionarios ponen piedras o construyen muros -y en ocasiones los quitan unas y tiran otros-, pero lo que es seguro es que nunca construirán una catedral.